viernes, 4 de junio de 2010

GRAN DISCURSO DE PEDRO MIGUEL

* Discurso del escritor Pedro Miguel, en el acto conmemorativo del Natalicio de don Benito Juárez, en el Hemiciclo al Benemérito de las Américas

CIUDADANO PRESIDENTE CONSTITUCIONAL
DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS,
LIC. BENITO JUÁREZ GARCÍA.


Está usted en presencia de miles de ciudadanas y ciudadanos libres de México que nos congregamos hoy aquí para recordar su nacimiento y para celebrar la llegada de la primavera.

No venimos a rendir culto a una estatua sino a encontrarnos con el que está vivo en cada uno y en cada una de nosotros, en nuestra educación, en nuestras convicciones y en nuestro afecto; con el que sigue luchando a nuestro lado por una nación soberana, democrática, equitativa, honesta y apegada a las leyes; con el que resiste los infortunios y las derrotas, con el perseguido; venimos a hacernos presentes ante el presidente del pueblo.

Nos permitimos informarle de la difícil situación por la que atraviesa el país en estos tiempos. Y queremos presentarle, también, el reporte de nuestros esfuerzos para enderezar el rumbo de México.

Hace ya más de dos décadas que el país se encuentra bajo el control de una minoría rapaz que se ha apoderado de casi todos los bienes públicos, ha fraccionado el territorio nacional para cederlo a intereses extranjeros, ha medrado en la corrupción más escandalosa y ha hundido en la pobreza extrema a la mayor parte de la población.

En poco más de 20 años, presidente Juárez, ese poder oligárquico nos ha dejado sin empresas públicas y sin industria; ha devastado al agro y nos ha colocado en situación de dependencia alimentaria; ha persistido en la agresión a las comunidades indígenas; ha destruido sindicatos y cooperativas; ha malbaratado la banca nacional, los transportes y las telecomunicaciones; nos ha dejado sin vivienda, empleo, educación, salud, cultura, recreación; nos ha reducido el poder adquisitivo; ha conspirado para arrebatarnos conquistas laborales, derechos humanos y políticos, sociales y reproductivos; ha traicionado el principio del Estado Laico y ha instaurado, si no un gobierno abiertamente confesional, cuando menos un gobierno feligrés, al servicio de las posturas más reaccionarias del alto clero; ha procurado incluso destruirnos los sueños y las esperanzas.

La avaricia y la torpeza del grupo gobernante ha dejado sin país a millones de jóvenes, para los cuales no hay más horizontes que la mendicidad, la drogadicción, la emigración, la delincuencia.

Para llevar a cabo esa labor de destrucción, esa minoría no ha necesitado de tropas foráneas. La ha realizado mediante la firma de un Tratado de Libre Comercio, gobernando a contrapelo de la Constitución, aprobando rescates bancarios e Iniciativas Mérida, secuestrando a los organismos del Estado, robándole a la voluntad popular, en dos ocasiones –en 1988 y en 2006–, la titularidad del Poder Ejecutivo.

En 2006 los mafiosos de la política, de las finanzas, de los medios y de la mafia a secas, impusieron en el Poder Ejecutivo a un hombre mediocre, inescrupuloso y torpe, sin capacidad ni voluntad para dar solución a los problemas económicos, ya para entonces graves, ni para contrarrestar la oleada delictiva que ya asolaba diversas regiones. Este hombre no quiso escuchar las advertencias acerca de la crisis que se nos venía encima. Minimiza e ignora los problemas, se hace el sordo ante el clamor popular por la pobreza y el desempleo; tolera o propicia las graves violaciones a los derechos humanos; permite, y hasta justifica, la corrupción escandalosa.

Este gobernante usurpador ha hundido a México en un baño de sangre sin precedentes en los tiempos modernos. Más de 17 mil mexicanos, presidente Juárez, han muerto en esa guerra sin propósito ni bandos definidos; las instituciones han experimentado un nuevo ciclo de descomposición y desprestigio; nuestras Fuerzas Armadas han sido lanzadas a una aventura disparatada en la que la víctima es, en muchas ocasiones, la población inocente.

Usted, presidente Juárez, llegó, con su dignidad perseguida, hasta los confines del país. Resistió, en Paso del Norte, la embestida de la intervención, y recibió la solidaridad, y la entrega de los chihuahuenses a la causa de la República. Cuando llegó el momento de la contraofensiva y volvió al sur, en un día de diciembre de 1866, usted exclamó: “Gracias tierra bendita, nunca te olvidaré”.

Hoy en día, presidente Juárez, esa tierra, junto con todo el resto de la franja norte, al igual que Durango y Sinaloa, Guerrero y Michoacán, Veracruz y Tabasco, está devastada y masacrada por una lucha sangrienta entre los oscuros delincuentes dedicados al comercio de drogas y los delincuentes de cuello blanco que usurpan el gobierno federal y que se han atrincherado en cacicagzos estatales. Hoy, en la ciudad que lleva su nombre, en Ciudad Juárez, en Monterrey, en Torreón, en Ecatepec, las mujeres y los jóvenes están siendo asesinados por el hecho de ser mujeres y por el hecho de ser jóvenes. La población se debate entre la desesperación y el desamparo, entre el temor a los capos y el pánico a las fuerzas del orden.

Ante esta catástrofe, somos muchos millones los mexicanos que no nos damos por vencidos. En Cananea, en Necaxa y Juandhó, en las comunidades de Chiapas, en Oaxaca, en San Salvador Atenco, en este Distrito Federal que vive bajo el acoso y el rencor del régimen espurio, los ciudadanos honestos nos oponemos a la destrucción nacional, resistimos la entrega del país mediante acuerdos antipatrióticos, contratos inconfesables y cesiones turbias, y rechazamos la indecencia usurpadora, a la cual le dirigimos hoy las mismas palabras que usted escribió, en la hora negra de la intervención, a otro usurpador, Maximiliano de Habsburgo:

“Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios una virtud; pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia”.

Muchas y variadas son las resistencias populares contra el régimen antinacional y delictivo que padecemos. Sabemos que, por encima de las diferencias, las causas populares confluirán, más temprano que tarde, en un gran movimiento que rescate a la nación.

Quienes nos encontramos aquí presentes hemos venido trabajando en la organización desde abajo de la sociedad. No nos solazamos con los espectáculos deprimentes de la clase política ni nos distraen de nuestra tarea los extravíos de sus integrantes. Nuestras fidelidad última no es para con las siglas, sino para con las causas.

En 2008 logramos impedir que el Senado aprobara al vapor una reforma presidencial que habría destruido la industria petrolera del país. Impusimos una agenda legislativa acorde con los supremos intereses nacionales y logramos llevar a cabo, y ganar abrumadoramente, una consulta sobre el estatuto de la industria del petróleo.

El año pasado, en 2009, conseguimos revertir varias maniobras fraudulentas sucesivas que pretendían burlar la voluntad popular en Iztapalapa.
Nos hemos conformado en brigadas, cuando ha sido necesario defender los intereses nacionales; nos hemos congregado en círculos de estudio; los jóvenes conscientes se movilizan en las Redes Universitarias; hemos fundado Casas del Movimiento.
Nos hemos dotado de un Gobierno Legítimo que hoy tiene a dos millones y medio de representantes en los más diversos rumbos del país, así como centenares de comités estatales, delegacionales, municipales y territoriales.

Hemos investido como nuestro presidente legítimo, a Andrés Manuel López Obrador.

Ayer, en la Clínica 26 del IMSS, en las calles de Aguascalientes y Chilpancingo, falleció doña Julieta Estrada, mujer del pueblo, viuda de un obrero, de un jubilado del Sindicato Mexicano de Electricistas. Doña Julieta venía padeciendo crisis de salud y el viernes, anteayer, la hospitalizaron. Cuando llegó a Urgencias, el médico de guardia la examinó y le hizo las preguntas de rutina para comprobar que estuviera lúcida y consciente de su circunstancia de tiempo y de lugar.

—¿En qué año estamos? —le preguntó.
—En el 2010 —respondió ella sin vacilar.
—¿Cómo se llaman sus hijos, doña Julieta?
—Flor de María, Horacio... —empezó ella a soltar nombres sin asomo de duda.
—¿En qué delegación vive usted?
—En la Álvaro Obregón.
—¿Cuáles son los colores de la bandera?
—Verde, blanco y rojo.
—¿Quién es el presidente de México?
—Andrés Manuel López Obrador.

Doña Julieta murió unas horas después, ayer en la mañana, en total lucidez, y sus hijos no pudieron estar con nosotros en esta concentración porque a estas horas están enterrando a su mamá, allá, en el Panteón del pueblo de Santa Fe.

Tenemos a un dirigente excepcional, en el que convergen la altura de miras del estadista y la entrega de un luchador por las causas populares. Reconocemos, en sus recorridos infatigables por los rincones del país, la misma energía y el mismo temple con el que usted, en su austero carruaje negro, ponía a salvo la dignidad de la República.

Pero el presidente López Obrador no habría podido llegar muy lejos si no tuviese alrededor a esta sociedad, aquí presente, de mujeres y de hombres libres, honestos, combativos y solidarios.

Enfrentamos una campaña sistemática de silenciamiento y de difamaciones por parte de los medios en manos de la mafia: en canales televisivos, estaciones radiales y prensa escrita, se nos ha acusado de todo lo imaginable. Y cuando hemos emprendido esfuerzos de organización pacífica y cívica para sacudirnos la opresión, nos han llamado violentos, nos han calificado de resentidos, nos han llamado “un peligro para México”.

Ante esa ofensiva, presidente Juárez, nos hemos dotado de nuestros propios medios de información.
Hubo un hombre, a principios del siglo XIX, que comprendía a profundidad la importancia de los medios. Cuando encabezó una gran insurrección libertaria, urgió a sus seguidores a procurar y conservar una imprenta porque ésta, decía, “tiene más valor que diez bocas de fuego”, que era como llamaban a los cañones. Ese hombre se llamaba Miguel Hidalgo y Costilla.
Hoy, tenemos claro que no queremos —ni habremos de necesitar— “bocas de fuego” para transformar a este país; en cambio, tenemos a nuestra disposición más de siete mil sitios web, en Internet, sitios del movimiento; promovemos encuentros ciudadanos semanales y asambleas informativas como la presente para informar e informarnos, debatir e intercambiar razones. Y desde enero de este año contamos con un periódico, Regeneración, y tenemos el desafío de hacerlo llegar a todos los rincones del país, de promover su lectura y su retroalimentación entre amplios sectores.

Con la organización de base y mediante la resistencia civil pacífica nos hemos comprometido a defender la economía popular, preservar los bienes propiedad de la Nación y, en última instancia, hacer realidad el postulado del Artículo 39 de nuestra Constitución Política, en el que se asienta:

“La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”

Han tratado de reducirnos a la impotencia, de hacernos creer que nada podemos ante la corrupción, el latrocinio institucionalizado, la criminalidad gobernante.

Pero ni el sentimiento de impotencia ni el desaliento tienen cabida en nuestros corazones. Ante usted, presidente Juárez, nos comprometemos a recuperar la soberanía nacional y a instituir un poder público que beneficie al pueblo. Las mexicanas y los mexicanos aquí congregados somos hijos y nietos de su ejemplo, del ejemplo de Miguel Hidalgo y Josefa Ortiz de Domínguez, de los hermanos Flores Magón, de Emiliano Zapata, de Lázaro Cárdenas.

Pugnamos por construir aquí y ahora, en esta época, en esta década, en esta primavera que hoy comienza, un país de gente feliz y de gente libre y de gente digna.

Somos un pueblo que resiste, somos individuos libres, honestos y congruentes. Somos madres y padres amorosos, empeñados en dejar a quienes nos sucedan una nación más justa y amable, más solidaria y más limpia; somos y seremos dignos hijos y nietos de ustedes y además, nos merecemos la primavera.

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